Poeta en Nueva York es uno de los libros decisivos de la lírica del siglo XX. Federico García Lorca viajó a Nueva York en junio de 1929 y se sintió primero fascinado por la vida de la metrópoli para pasar después a experimentar hastío por la deshumanización de la ciudad y la marginación de las minorías. La experiencia vivida cambia su poesía y nos deja poemas maravillosos como esta aurora que, casi un siglo después, sigue vigente en nuestro mundo.
La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas
podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la
recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni
esperanza posible.
A veces las monedas en
enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados
niños.
Los primeros que salen
comprenden con sus huesos
que no habrá paraíso ni amores
deshojados;
saben que van al cieno de
números y leyes,
a los juegos sin arte, a
sudores sin fruto.
La luz es sepultada por
cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia
sin raíces.
Por los barrios hay gentes que
vacilan insomnes
como recién salidas de
un naufragio de sangre.