domingo, 21 de octubre de 2018

Antònia Vicens
La semana pasada le fue concedido el Premio Nacional de Poesía 2018 a la narradora y poeta mallorquina Antònia Vicens. Es curiosa su trayectoria poética, porque no publicó su primer libro de poemas hasta 2009 cuando ya había cumplido los 68 años. Antes se había dedicado a la narrativa con gran reconocimiento dentro del panorama de las letras catalanas. El poema de esta semana pertenece a ese libro de 2009, Lovely, donde da voz a la memoria de una niña de postguerra que quiere escribir por encima de toda la miseria y dureza de aquel tiempo. Los versos del poema nos recuerdan a muchos de nosotros que tampoco teníamos libros en casa el esfuerzo de nuestras madres para que  pudiéramos disfrutar del mundo que abría la lectura.

MI PRIMERA LIBRERÍA

Era de caoba roja

con puertas vidrieras

de vidrios ahumados

y ribetes de laca

blancos.

Un metro de alto

por un metro cincuenta de ancho.

Tres estantes de veinte.

Rompimos la hucha de barro

y toda una tarde de enero

para ir a comprarla.

Pronto a casa fueron llegando Albert Camus. William

Faulkner. Virginia Woolf. Víctor Català. Carson

MacCullers. Y James Joyce con su Retrato

de un artista adolescente que

me creó una úlcera

a la pluma.

Poco a poco dejaba

de ser mueble

y pasaba a Santuario.

La librería.

Las plegarias de la noche

las hacía ante el corazón abierto de la madera

y no ante el Corazóndejesús con los ojos en blanco

de encima de la cabecera de la cama.

A mi madre

que nunca había abierto un libro

también la llenaba de devoción. La librería.

¡Libros en una casa de pobres!

Religiosamente cuidaba que el polvo

no se metiera por las rendijas e invadiera el papel.

Que la polilla de los libros

no picara las letras.


En cambio mi padre andaba envanecido                                 

cuando pasaba por delante.

Satisfecho de haber podido comprar

la mar a su hija.
 

 

 

 

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