La semana pasada le fue concedido el Premio Nacional de Poesía 2018 a la narradora y poeta mallorquina Antònia Vicens. Es curiosa su trayectoria poética, porque no publicó su primer libro de poemas hasta 2009 cuando ya había cumplido los 68 años. Antes se había dedicado a la narrativa con gran reconocimiento dentro del panorama de las letras catalanas. El poema de esta semana pertenece a ese libro de 2009, Lovely, donde da voz a la memoria de una niña de postguerra que quiere escribir por encima de toda la miseria y dureza de aquel tiempo. Los versos del poema nos recuerdan a muchos de nosotros que tampoco teníamos libros en casa el esfuerzo de nuestras madres para que pudiéramos disfrutar del mundo que abría la lectura.
MI PRIMERA LIBRERÍA
Era de caoba roja
con puertas vidrieras
de vidrios ahumados
y ribetes de laca
blancos.
Un metro de alto
por un metro cincuenta de ancho.
Tres estantes de veinte.
Rompimos la hucha de barro
y toda una tarde de enero
para ir a comprarla.
Pronto a casa fueron llegando Albert
Camus. William
Faulkner. Virginia Woolf. Víctor Català. Carson
MacCullers. Y James Joyce con su Retrato
de un artista
adolescente que
me creó una úlcera
a la pluma.
Poco a poco dejaba
de ser mueble
y pasaba a Santuario.
La librería.
Las plegarias de la noche
las hacía ante el corazón abierto de la
madera
y no ante el Corazóndejesús con los ojos
en blanco
de encima de la cabecera de la cama.
A mi madre
que nunca había abierto un libro
también la llenaba de devoción. La
librería.
¡Libros en una casa de pobres!
Religiosamente cuidaba que el polvo
no se metiera por las rendijas e
invadiera el papel.
Que la polilla de los libros
no picara las letras.
En cambio mi padre andaba envanecido
cuando pasaba por delante.
Satisfecho de haber podido comprar
la mar a su hija.
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