El domingo pasado tuve la suerte de asistir a la puesta en escena de la obra que Lluís Pasqual y Nuria Espert han creado sobre los textos del Romancero gitano de García Lorca. Conserva la actriz a sus 84 años la luz que ilumina por si sola un escenario y recita maravillosamente los versos del poeta granadino. Cerró la función con este poema de Poeta en Nueva York que nos dejó sobrecogidos a los espectadores.
GRITO
HACIA ROMA (DESDE LA TORRE DEL CHRYSLER BUILDING)
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de
coral
que lleva en el dorso una
almendra de fuego,
Peces de arsénico como
tiburones,
tiburones como gotas de llanto
para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los
caños de la sangre,
mundos enemigos y amores
cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre
la gran cúpula
que untan de aceite las
lenguas militares
donde un hombre se orina en
una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de
campanillas.
Porque ya no hay quien reparta
el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la
boca del muerto,
ni quien abra los linos del
reposo,
ni quien llore por las heridas
de los elefantes.
No hay más que un millón de
herreros
forjando cadenas para los
niños que han de venir.
No hay más que un millón de
carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de
lamentos
que se abren las ropas en
espera de la bala.
El hombre que desprecia la
paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las
columnas,
y ponerse una inyección para
adquirir la lepra
y llorar un llanto tan
terrible
que disolviera sus anillos y
sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de
blanco
ignora el misterio de la
espiga,
ignora el gemido de la
parturienta,
ignora que Cristo puede dar
agua todavía,
ignora que la moneda quema el
beso de prodigio
y da la sangre del cordero al
pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los
niños
una luz maravillosa que viene
del monte;
pero lo que llega es una
reunión de cloacas
donde gritan las oscuras
ninfas del cólera.
Los maestros señalan con
devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no
hay amor,
no hay amor bajo los ojos de
cristal definitivo.
El amor está en las carnes
desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha
con la inundación;
el amor está en los fosos
donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los
cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso
punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos
traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de
moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de
ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y
melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de
plata los labios.
Mientras tanto, mientras
tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las
escupideras,
los muchachos que tiemblan
bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en
aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de
violín o de nube,
ha de gritar aunque le
estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las
cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza
llena de excremento,
ha de gritar como todas las
noches juntas,
ha de gritar con voz tan
desgarrada
hasta que las ciudades
tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del
aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro
de cada día,
flor de aliso y perenne
ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla
la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.