lunes, 28 de octubre de 2019

Adam Zagajewski
Esta semana que terminará con la festividad de Todos los santos queremos recordar a todos aquellos que nos dejaron con este delicado poema del poeta polaco Adam Zagajewski. En memoria de dos de sus amigos desaparecidos les hace un sentido homenaje desde la alegría de haber disfrutado de su compañía y la tristeza que evoca su pérdida: vivir es perder.

Una mañana en Vicenza

                                        (En memoria de Josif Brodski y Krzysztof Kieslowski)

El sol era tan tierno, tan delicado,
que hasta temíamos por él; un ademán incauto
podía rayarlo, incluso un grito -si alguien hubiera
querido gritar- lo habría puesto en peligro; tan sólo a las veloces golondrinas
de alas duras, como de hierro fundido,
se les permitía silbar en alta voz, porque vivieron
     su infancia
breve, en la inquietud de sus nidos de barro,
junto a sus hermanos, pequeños planetas locos,
negros como bayas silvestres.

En un pequeño café un mozo soñoliento -bajo sus ojos
las últimas sombras de la noche acumuladas- buscaba calderilla
en su bolsillo sin fondo, y el café olía a solemnidad
de tinta de impresión, a dulzura y a Arabia. El azul del cielo prometía
una larga tarde, un infinito día.
Te estaba mirando como si te viera por primera vez.
Y hasta las columnas de Palladio tenían aspecto
de recién nacidas, de recién surgidas de las olas del alba
como Venus, tu compañera mayor.

Empezar de nuevo, contar las pérdidas, contar a los caídos,
empezar el nuevo día, aunque ya no estéis, tú,
a quien dos veces enterramos y lloramos dos veces,
-viviste una vida dos veces más intensa que otros, en dos continentes,
dos idiomas, en la realidad y en la imaginación- y tú, de cara afilada
y una mirada que hacía crecer los objetos y los corazones
     (siempre demasiado pequeños).
No estáis, y por eso llevaremos a partir de ahora una doble vida,
en la luz y en la sombra a la vez, en el sol estridente del día,
en la frescura de los pasillos de piedra, en el duelo, en la alegría.

 

                                                        Versión de Elzbieta Bortkiewicz

lunes, 21 de octubre de 2019

Siri Hustvedt
Cuando recibió el pasado viernes el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, Siri Hustvedt pronunció un maravilloso discurso en el que aboga por un aprendizaje continuo en el que las preguntas sean la guía y no se excluyan las distintas disciplinas unas a otras. También tuvo un marcado carácter feminista, animando a las niñas a ser partícipes de ese espíritu de superación de los límites marcados.
Aunque su obra poética es escasa, solo el libro de poemas en prosa Reading for you, queremos rendirle con nuestro poema de la semana un merecido homenaje.


En el cielo la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntamelo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años. No te lo dije. Era lo que quería decir. Recuerdo fragmentos de historias de este libro de mi niñez, el resto está vacío. Los cisnes que se van volando. La hermana que cose flores en las camisas. El hermano menor con un ala, un ala de cisne blanco que sobresale por la camisa inacabada, las plumas tiernas, el flojel, la esposa malvada por siempre encerrada para que nadie pueda ver su cara nunca, entonces, ahora, al pasar el tiempo, junta y separada, joven y madura, enferma y matándose con la bebida en casa. Él guarda silencio. Ahora recuerdo lo que había olvidado. He olvidado pero cómo es posible que recuerde que olvido. Los entierros son casi siempre afuera, ponen a los muertos lejos de nosotros, fuera de la casa. Son omisiones, espacios en blanco en el paisaje, señalados e inscritos y llevados dentro como si estuvieran vivos. En el vacío, en el día vacío, hay cosas que se van y que vuelven sólo cuando podemos soportar el recuerdo. La cruz del santuario está vacía sobre el mantel violeta de la Cuaresma, la historia después de la muerte, después de morir, después de morir en la muerte, los que se mueren y los muertos, muertos, muertos.
 
 

 

 

 

 

 

domingo, 13 de octubre de 2019

Aurora Luque
En la XXXII edición del Premio Loewe de poesía ha sido premiada la poeta Aurora Luque a la que me une una amistad de muchos años, desde que compartíamos aula en la Facultad de Filosofía y Letras de Granada. Me alegra infinitamente que su obra, que ya ha recibido numerosos galardones, se vea recompensada con uno de los premios más importantes de la poesía española. Su poesía nace de la tradición clásica, pero también la actualiza e incorpora elementos contemporáneos. Como destacó Juan Antonio González Iglesias en la presentación del premio en su obra hay "un aliento humanista" que trata de " la condición de la mujer y por ello de la condición humana, de todos nosotros. Figuras de mujer que arrancan en la antigüedad grecorromana y llegan hasta la cultura urbana, la posmoderna, la pop".
Nuestro poema de la semana perteneciente al libro premiado, Gavieras,  que publicará la editorial Visor fue leído por la autora en la presentación del premio. Nuestra más sincera enhorabuena.



        HABLO A SAFO

Ven en mi ayuda, Safo,
¿me traes unas alas? Dos juegos:
Unas para mi espalda
-¿Se clavan? ¿Me harán daño?-
y unas leves de abeja
para cada palabra.
Trae miel de la tuya, de la amarga.
Esas cosas antiguas
-miel, sandalias, frescor,
las alfombras marinas de la luna
que esconden a la muerte deseante,
aletazos violentos que ponen a saltar,
como pez en la arena, al corazón,
una ambición de voluptuosidades.
Paladear recuerdos
o lamer una piel que ha regresado
de gozar la negrura de las olas,
miel recién fabricada,
hierbas para acostarse a mediodía,
rosas sin hibridar.
No nos son tan ajenos tus objetos.
Sólo hay que detenerse.
Pedírtelos.
Apartar tanto ruido.
Pues nos falta muy poco
para estar muertas.
Tráeme, Safo, alas,
alas, alas, frescor,
silencio, brazos,
alas.

domingo, 6 de octubre de 2019


Rafael Juárez, in memoriam

Me llega por boca de una amiga la triste noticia de la muerte del poeta Rafael Juárez a finales de septiembre. Y vuelven a mi memoria aquellos primeros ochenta en los que una estudiante de clásicas encontraba siempre en la librería Al-Ándalus, que él había fundado junto con Pepe Martín Vayas, todos los libros que necesitaba y algunos más. Además de librero fue editor y director de la Fundación Francisco Ayala. Pero sobre todo fue un hombre discreto que renunció a honores que tenía más que merecidos y amigo de sus amigos. Uno de ellos, Andrés Soria, recordaba ayer en los obituarios de El país la singularidad de sus recitales de poesía, de memoria,  con toda la intensidad que poseen aquellos que tienen aura.

De su libro La herida reproducimos aquí como humilde homenaje  uno de sus sonetos de corte clásico.
 

Abrir los ojos para ver la nada.

Cerrar la mano para asir vacío.

Buscar un cuerpo y alcanzar un río.

Encender luces en la madrugada.

 

Olvidar una historia no iniciada.

Recordar el color del extravío.

Idear un deseo puro y frío.

Soñar otra mañana, otra mirada.

 

Hablar con quien nos oye si callamos.

Abrir los ojos para vernos mudos.

Sentir la ausencia que nos deja vivos.

 

Andar, aunque es de noche, y no sepamos.

Vestirnos con la luz de los desnudos.

Vivir eternamente fugitivos.