domingo, 9 de junio de 2019

Jaime Siles
Ahora que se acercan las vacaciones de verano es el momento adecuado para adentrarnos en la lectura de los clásicos. Esa lectura ha acompañado la vida del poeta y profesor Jaime Siles (Valencia, 1951). Su trayectoria profesional e intelectual ha estado ligada a la filología clásica (actualmente es el presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos), que también impregna muchos de sus poemas. Es ese el espíritu de nuestro poema de la semana, donde el poeta, que descubrió muy joven la belleza inmortal de la Ilíada, reflexiona sobre nuestra propia caducidad frente a la imperecedera gloria de los versos de Homero.
 
                         LA CUESTION HOMÉRICA: A VUELTAS CON LA ILÍADA

                                 A Don Martín S. Ruipérez,  in memoriam 

Delante de mis ojos veo a Aquiles combatiendo.
Mirmídones y dólopes no se quedan atrás:
avanzan con su armamento hoplítico, mientras
Héctor y los troyanos cierran filas en frente
y las flechas de ambos se cruzan en el aire
como enjambres de abejas
y las lanzas de bronce brillan bajo el intenso sol.
Tengo dieciséis años y leo en griego
los versos de la Ilíada que ignoro entonces
cuánto y de cuántas formas me van a acompañar.
Cóncavas naves navegan por mi mente.
Catálogos de armas y guerreros también.
Se me va haciendo familiar su estilo:
tanto el de ellos como el de las palabras
que cada hexámetro, bajo la luz del flexo,
extiende sobre mí. Quiero que los aqueos
venzan y los troyanos pierdan , o al revés.
Me gustan los parlamentos de los dioses.
Admiro la belleza de Helena, que imagino,
los recursos de Ulises, la humanidad de Héctor,
los consejos de Hipóloco a Glauco y cómo
las generaciones de los hombres
– como las de las hojas – están destinadas a caer.
Todo está dicho – muy bien dicho- allí.
Cada composición tiene estructura,
cada ser humano es un relato, cada héroe
es una canción. Leo cómo los dos ejércitos
se mueven, cómo va sucediendo todo
lo que en la caída de Troya sucedió.
Tengo sesenta y cinco años y leo a Homero
en griego y ya no soy aquel ni el mismo
muchacho que hace cincuenta años lo leyó.
El texto no ha cambiado y sigue siendo el mismo.
Delante de mis ojos Aquiles sigue
combatiendo. Los mirmídones y los dólopes
no se quedan atrás : avanzan con su armamento
hoplítico, mientras frente a ellos cierran filas
Héctor y los troyanos y las flechas de ambos
se cruzan en el aire como enjambres de abejas
y las lanzas de bronce brillan bajo el intenso sol.
La familia de Príamo contempla cómo se desarrollan
los combates y las cóncavas naves varadas en la playa
y las tiendas del campamento aqueo y a Menelao
y Agamenón. Soy yo, y no ellos, el que cambia.
Soy yo el que, al no formar parte de la Ilíada,
está de antemano condenado a morir. Navego
por la página como el sol por sus rutas
y voy viendo cadáveres cerca o en torno a mí
y no son de troyanos ni de aqueos ni de dólopes :
son de padres , familiares y amigos . Nada
muere en el verso: el ritmo del hexámetro
con su ámbar protege el tiempo que no acaba
nunca de suceder, pero el nuestro termina.
 
 

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