Ha sido esta semana pasada un tiempo de reconocimiento para la poesía femenina. A la concesión del Cervantes a Ida Vitale se adelantó el Premio Nacional de las Letras 2018 para Francisca Aguirre. Nacida en Alicante en 1930 llegó tarde a la poesía. Fue en 1971 con Ítaca, al que siguieron otros en los que no olvida el sufrimiento de quien padeció las atrocidades de la guerra civil y de la dictadura. Su obra, coetánea de la generación de los 50, da voz a los oprimidos sin rencor: "El mundo es injusto pero el lenguaje es inocente". Esposa y madre de poetas la poesía ha marcado su vida: "Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca. La poesía tranquiliza." Nos sumamos esta semana a su homenaje con un poema escrito hace muchos años pero de plena actualidad, ya que la injusticia en el mundo no acaba nunca.
Los camaradas
Pero aquí nadie
viene voluntariamente,
nadie quiso seguir esta ruta,
ninguno vino a fondear en la bahía.
Sólo llegan los náufragos,
los doloridos seres que arroja la marea,
los desolados que ni pañuelo tienen,
sólo ellos llegan y sólo ellos son
los asombrados visitantes de la isla.
Al principio hablan unos con otros:
confrontan los detalles de una idéntica historia,
se hacen confidencias extenuantes
y se estrechan las manos reconociéndose.
Durante un breve tiempo la desdicha los une.
Luego viene el desgaste,
las palabras los siguen como cuervos.
Empieza entonces el verdadero tiempo de la isla,
su clima auténtico.
Muy pocos lo soportan,
muy pocos se acostumbran.
La mayoría intenta respirar.
Hacen muecas extrañas,
parecen animales buscando una salida
(los más feroces van hasta el desastre).
Unos pocos tan sólo permanecen tranquilos.
Pero se quedan mudos:
mucho antes de que irrumpan
avanza su silencio;
son un cortejo disgregado,
un arenal en marcha
ellos podrían ir a cualquier parte:
porque donde ellos van allí comienza Ítaca.
nadie quiso seguir esta ruta,
ninguno vino a fondear en la bahía.
Sólo llegan los náufragos,
los doloridos seres que arroja la marea,
los desolados que ni pañuelo tienen,
sólo ellos llegan y sólo ellos son
los asombrados visitantes de la isla.
Al principio hablan unos con otros:
confrontan los detalles de una idéntica historia,
se hacen confidencias extenuantes
y se estrechan las manos reconociéndose.
Durante un breve tiempo la desdicha los une.
Luego viene el desgaste,
las palabras los siguen como cuervos.
Empieza entonces el verdadero tiempo de la isla,
su clima auténtico.
Muy pocos lo soportan,
muy pocos se acostumbran.
La mayoría intenta respirar.
Hacen muecas extrañas,
parecen animales buscando una salida
(los más feroces van hasta el desastre).
Unos pocos tan sólo permanecen tranquilos.
Pero se quedan mudos:
mucho antes de que irrumpan
avanza su silencio;
son un cortejo disgregado,
un arenal en marcha
ellos podrían ir a cualquier parte:
porque donde ellos van allí comienza Ítaca.
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