Esta semana traemos a Palabra de poeta el diálogo que se establece entre dos poetas a través de la tradición clásica. Homero en el canto XVII de la Ilíada narra el episodio de la tristeza casi humana que se apodera de los caballos de Aquiles cuando Patroclo cae a manos de Héctor. Estos caballos, Janto y Balio, habían sido un regalo de Poseidón al padre de Aquiles por su boda con la diosa Tetis. Los caballos son inmortales, pero sienten el terrible dolor que sufrirá su amo por la pérdida de su amado Patroclo. Kavafis transmite ese dolor y abre un diálogo con su fuente de inspiración que nos conmueve a través de los siglos.
Los
caballos de Aquiles
Cuando
vieron que Patroclo había sucumbido,
tan valeroso él, tan fuerte y joven,
los caballos de Aquiles se entregaron al llanto:
les indignaba en su inmortal naturaleza
el contemplar esa obra de la muerte.
Sacudían sus testas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con sus cascos, y se lamentaban
por Patroclo, al que sentían inerte, devastado;
ya mera carne sin valor, su espíritu perdido;
indefenso, sin aliento.
Vuelto ya desde la vida a la gran Nada.
tan valeroso él, tan fuerte y joven,
los caballos de Aquiles se entregaron al llanto:
les indignaba en su inmortal naturaleza
el contemplar esa obra de la muerte.
Sacudían sus testas y agitaban sus largas crines,
golpeaban la tierra con sus cascos, y se lamentaban
por Patroclo, al que sentían inerte, devastado;
ya mera carne sin valor, su espíritu perdido;
indefenso, sin aliento.
Vuelto ya desde la vida a la gran Nada.
De los inmortales
caballos vio Zeus las lágrimas
y sintió pena. «En las bodas de Peleo»,
dijo, «no debí obrar con tanta insensatez: ¡mejor
que os hubiera dado en obsequio, caballos míos
desventurados! ¿Qué se os habrá perdido aquí
entre los míseros humanos, los juguetes del destino?
Vosotros, que ni os guarda la muerte, ni la vejez,
pasajeras desgracias os someten. En sus propios tormentos
os enredaron los hombres». Pero sus lágrimas,
por la durable desgracia de la muerte,
seguían derramando esos dos nobles animales.
y sintió pena. «En las bodas de Peleo»,
dijo, «no debí obrar con tanta insensatez: ¡mejor
que os hubiera dado en obsequio, caballos míos
desventurados! ¿Qué se os habrá perdido aquí
entre los míseros humanos, los juguetes del destino?
Vosotros, que ni os guarda la muerte, ni la vejez,
pasajeras desgracias os someten. En sus propios tormentos
os enredaron los hombres». Pero sus lágrimas,
por la durable desgracia de la muerte,
seguían derramando esos dos nobles animales.
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