miércoles, 2 de noviembre de 2022

Poesía para el día de los difuntos

Decía Pablo Neruda que muere "quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo". Nosotros que queremos disfrutar de la literatura y dedicar un espacio semanal a la poesía dedicamos este día de los difuntos recordando a aquellos que dejaron huella en nuestra vida, proponemos la lectura de dos poetas mexicanos: Jaime Sabines y Amado Nervo.

Comenzamos con el poeta mexicano Jaime Sabines (1926-1999), quien reflexiona sobre el misterio de la muerte en este poema:



En los ojos abiertos de los muertos

¡qué fulgor extraño, qué humedad ligera! 

Tapiz de aire en la pupila inmóvil, 

velo de sombra, luz tierna. 

En los ojos de los amantes muertos 

el amor vela.

Los ojos son como una puerta 

infranqueable, codiciada, entreabierta. 

¿Por qué la muerte prolonga a los amantes, 

los encierra en un mutismo como de tierra? 

¿Qué es el misterio de esa luz que llora

en el agua del ojo, en esa enferma 

superficie de vidrio que tiembla?

Ángeles custodios les recogen la cabeza. 

Murieron en su mirada, 

murieron de sus propias venas.

Los ojos parecen piedras

dejadas en el rostro por una mano ciega. 

El misterio los lleva. 

¡Qué magia, que dulzura

en el sarcófago de aire que los encierra!




La santidad de la muerte 

La santidad de la muerte

llenó de paz tu semblante,

y yo no puedo ya verte

de mi memoria delante,

sino en el sosiego inerte

y glacial de aquel instante.


En el ataúd exiguo,

de ceras a la luz fatua,

tenía tu rostro ambiguo

quietud augusta de estatua

en un sarcófago antiguo.


Quietud con yo no sé qué

de dulce y meditativo;

majestad de lo que fue;

reposo definitivo

de quién ya sabe el porqué.


Placidez, honda, sumisa

a la ley; y en la gentil

boca breve, una sonrisa

enigmática, sutil,

iluminando indecisa

la tez color de marfil.


A pesar de tanta pena

como desde entonces siento,

aquella visión me llena

de blando recogimiento

y unción…, como cuando suena

la esquila de algún convento

en una tarde serena…

                                        Amado Nervo (1870-1919)

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