El 12 de noviembre de 1648 nace en México Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, más conocida como sor Juana Inés de la Cruz. Esta monja no solo es la figura más importante de la literatura del Siglo de Oro en Hispanoamérica sino que también es recordada por su defensa del derecho a la educación y a la lectura. Ingresó en un convento siendo ya mayor, después de haber estado al servicio de la virreina Leonor de Carreto, bajo cuya protección estudió y produjo gran parte de su obra literaria. Sin embargo, parece ser que ante la negación a contraer matrimonio fue aconsejada para que ingresara en una comunidad religiosa: primero estuvo con las carmelitas, pero su rectitud y exigencia eran extremas para ella, por lo que decidió probar suerte en la Orden de San Jerónimo, donde permaneció hasta el final de su vida. En esta congregación pudo seguir ejerciendo su labor de escritora sin cortapisas: estudiaba, escribía, realizaba tertulias y recibía visitas del exterior como las de Leonor Carretero, con quien siguió manteniendo una estrecha amistad.
Como recordaba hace unos días la filóloga y escritora Irene Vallejo (autora de El infinito en un junco), en la obra de esta religiosa "brilla una sincera y valiente actitud combativa frente a las limitaciones que su sociedad imponía a las mujeres". Precisamente hace una semana el ministro de Interior entrega a Cultura dos obras del siglo XVII de Sor Juana Inés de la Cruz recuperadas por la Guardia Civil en Estados Unidos.
Esta poeta mexicana es tan importante para la literatura universal que da nombre a un premio literario que reconoce a las autoras hispanoamericanas más destacadas. Este año se ha alzado con el galardón su compatriota Daniela Tarazona con la novela Isla partida.
Hoy queremos recordarla con el poema Hombres necios que acusáis en el que critica la discriminación femenina y las injusticias que perpetran los hombres machistas y egoístas. Estos versos escritos hace más de cuatrocientos años revelan una madurez y un pensamiento adelantadísimo a su tiempo, capaz de cuestionar comportamientos y vicios morales sin el menor atisbo de temor por las consecuencias que pudiera conllevar.
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.
Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.
Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por crüel
y otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?
Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejáos en hora buena.
Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?
Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.
Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.