domingo, 26 de septiembre de 2021

Fomento de la lectura

La pandemia interrumpió muchas tradiciones habituales, entre ellas las entregas de premios. Esta semana próxima se entregarán muchos de estos premios nacionales relacionados con la cultura. Me emociona saber que uno de ellos, el de Fomento de la Lectura del año 2019, lo recibirán en nombre de sus voluntarios dos de mis mejores amigos, Andrea Villarrubia y Juan Mata, fundadores de la Asociación Entrelibros que realiza una bellísima tarea: leer en voz alta  y llevar la luz de los libros a lugares tan diversos como hospitales o la cárcel.  Los dos llevan toda una vida dedicados a encender el fuego de la pasión por la lectura, primero en la enseñanza, donde han ejercido su labor profesional y son muchos los que les deben vocación y entusiasmo para dedicarse a este hermoso oficio, y ahora al frente de voluntarios que dedican  tiempo y estímulo a llevar a otros la vida de los libros. 

Para ellos va este poema de José Hierro, poeta que gracias a ellos conocí y con el que juntos compartimos un día maravilloso.

                                  MADRUGADA CON NIEBLA

                        Ahora todas las cosas han borrado sus límites.

                        Amanece el paisaje tras un vidrio empañado.

                        Se me diluye el alma en estas formas vivas,

                        en estos sueños vagos.

 

                        Se me desnuda el mundo de una manera nueva.

                        (¿Ha de acabarse todo cuanto está comenzando?

                        ¿Se olvidarán los soles, se apagarán los siglos,

                        se evadirá la vida de nuestras tristes manos?)

                        Acaso mire entonces la vida de otros hombres

                        y acaso crea entonces que nada ha sido en vano.

 

                        Pero ahora me rebelo. Doy suelta a mi hombre libre.

                        Sé que nada está muerto mientras viva mi canto.

                        Entre las perezosas nieblas del alba quiero

                        sentirme entero, palpitando.

 

                        Vi las formas borrosas entre la niebla. Espectros.

                        El espectro de un monte, el espectro de un árbol.

                        Yo era mi propio espectro cediéndose al paisaje.

                        Un sueño más, recién soñado.

 

                        Pero yo me rebelo. Yo llevo en mí la vida.

                        Yo estoy con el olvido cara a cara luchando.



domingo, 19 de septiembre de 2021

Nuevo curso

Se abre el horizonte de un nuevo curso, de nuevo en una situación de pandemia, y continuamos con nuestras tradiciones: abrimos como siempre con  Jaime Gil de Biedma. En esta ocasión hemos escogido un poema que nos remite a la nostalgia de los veranos de la infancia y del mundo secreto de los adultos.

Ojalá que los senderos de la poesía nos abran un camino luminoso durante este año. ¡Bienvenidos todos de nuevo!


Infancia y confesiones

 

A Juan Goytisolo

 

 Cuando yo era más joven

(bueno, en realidad, será mejor decir

muy joven)

               algunos años antes

de conocernos y

recién llegado a la ciudad,

a menudo pensaba en la vida.

                                           Mi familia

era bastante rica y yo estudiante.

 

Mi infancia eran recuerdos de una casa

con escuela y despensa y llave en el ropero,

de cuando las familias

acomodadas,

                     como su nombre indica,

veraneaban infinitamente

en Villa Estefanía o en La Torre

del Mirador

                y más allá continuaba el mundo

con senderos de grava y cenadores

rústicos, decorado de hortensias pomposas,

todo ligeramente egoísta y caduco.

Yo nací (perdonadme)

en la edad de la pérgola y el tenis.

 

La vida, sin embargo, tenía extraños límites

y lo que es más extraño: una cierta tendencia

retráctil.

              Se contaban historias penosas,

inexplicables sucedidos

dónde no se sabía, caras tristes,

sótanos fríos como templos.

                                               Algo sordo

perduraba a lo lejos

y era posible, lo decían en casa,

quedarse ciego de un escalofrío.

 

De mi pequeño reino afortunado

me quedó esta costumbre de calor

y una imposible propensión al mito.