domingo, 14 de mayo de 2017

Ramón Gaya
Esta semana nos acercamos a la obra de un autor menos conocido como poeta que como pintor. Ramón Gaya  (1910-2005) vivió con intensidad la época de las vanguardias en Paris, pero volvió a España muy seguro de su voluntad artística y de una línea pictórica que le acercaba más a los clásicos  que al mundo del arte moderno con sus marchantes y mercadeos. La Guerra Civil marcó su vida y le llevó al exilio en Méjico como a muchos otros intelectuales. Posteriormente viajó por Europa y regresó a España, donde vivió sus últimos años. Según sus propias palabras: " Mi vida ha sido principalmente trabajo. El trabajo de una vocación, claro, no de un simple trabajo penoso y difícil, sino de una vocación irremediable, y que yo he sentido siempre, no como algo que hacía sino como algo que era, nada más." . Esa misma sinceridad desprende su poesía, honestidad que aúna dos facetas irrenunciables de su arte.
 
    Mano vacante

 

La mano del pintor —su mano viva—
no puede ser ligera o minuciosa,
apresar, perseguir, ni puede ociosa,
dibujar sin razón, ni ser activa,

ni sabia, ni brutal, ni pensativa,
ni artesana, ni loca, ni ambiciosa,
ni puede ser sutil ni artificiosa;
la mano del pintor —la decisiva—

ha de ser una mano que se abstiene
—no muda, ni neutral, ni acobardada—,
una mano, vacante, de testigo,

intensa, temblorosa, que se aviene
a quedar extendida, entrecerrada:
una mano desnuda, de mendigo.

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